Consolidar Antofagasta como un espacio de desarrollo educativo no solo beneficiará a los estudiantes, también impulsará el desarrollo territorial.

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pocos días de la rendición de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES) 2024, Antofagasta se prepara para recibir una nueva generación de estudiantes en sus universidades. Con más de 4.259 cupos distribuidos en 84 programas de pregrado, la región busca posicionarse como un polo de desarrollo académico. Sin embargo, para lograrlo, es necesario mirar más allá de los números y trabajar en la consolidación de una verdadera ciudad universitaria.

Una ciudad universitaria no se define solo por el número de instituciones o carreras disponibles, sino por una integración efectiva entre el espacio urbano, las necesidades de los estudiantes y el desarrollo académico. En Antofagasta, las cifras hablan de avances importantes, pero también de una fragmentación que debe ser atendida. Instituciones como la Universidad Católica del Norte, la Universidad de Antofagasta, Santo Tomás y la Universidad del Alba concentran ofertas robustas, pero operan de manera desconectada, lo que impide la integración en torno a un eje educativo.

Este es un pendiente.

Antofagasta, como capital minera y energética, tiene un potencial único para transformarse en un referente académico en estas áreas, pero esto solo será posible si las universidades trabajan de manera conjunta con el sector productivo. La ciudad universitaria no solo debe formar profesionales, sino también convertirse en un laboratorio de innovación que ofrezca soluciones reales a los desafíos del territorio, como la transición energética y el cambio climático.

A nivel global, ciudades universitarias como Salamanca, Oxford o Berkeley son ejemplos de cómo un entorno académico sólido puede convertirse en el corazón del desarrollo económico, cultural y social. Antofagasta tiene el potencial de seguir ese camino, pero necesita un esfuerzo conjunto de autoridades, instituciones educativas y la comunidad para transformar su visión.